domingo, 1 de abril de 2012

Una de arruís

Aunque a muchos no les gustan, por esa xenofobia que busca la protección de lo autóctono, a mí los arruís me resultan muy simpáticos. No es que abogue por el crecimiento de su población sin control, pero sí por un equilibrio que permita su existencia y la de las actividades agrarias, y evite el sobrepastoreo al que pueden llegar a someter a la flora natural.
Yo disfruto de su presencia, siempre sorpresiva. No les busco, porque es muy complicado, pero nos conocemos y a veces coincidimos. Cuando esto se da, ellos se hacen los distraidos hasta que yo caigo en la cuenta y les miro. Entonces, uno me observa atento mientras los demás siguen a lo suyo. Si hago un movimiento brusco ya hemos terminado, estampida y a otra cosa. Procuro no molestarles. Nunca me acerco, me sirvo de la tecnología, y quieto y vigilado yo, me dejan compartir su ramoneo. Cuando llevamos un rato, la cosa se vuelve cordial, aunque si permaneces mucho tiempo acabas perdiéndoles la vista, porque siempre están en movimiento y la barrera de distancia hace que desaparezcan. Si soy yo el que me marcho, lo hago con cuidado; aún así son muy esquivos y si sienten amenaza, atraviesan el monte en tropel en menos que canta un gallo. Su físico es muy potente y no hay obstáculo para ellos. Atraviesan los arbustos de un brinco y trepan sin cansarse presas del pánico.
Ayer ví un grupo de unas veinte unidades, hembras y crías. Estas son las fotos

1 comentario:

Rafa Loreto dijo...

Arruis somos y en el camino nos encontraremos.