lunes, 24 de abril de 2017

¡No a las minas en la Sierra de Ávila, Sierra de Yemas y Valle del Corneja!

Hace unos días asistí a un debate ciudadano espontáneo sobre la conveniencia o no de poner en marcha explotaciones mineras en varias localizaciones de la provincia de Ávila. Dos ciudadanos, bienintencionados ambos, exponían sus argumentos encontrados. Por un lado, se advertía de las molestias, riesgos ambientales y de salud que traerían consigo estas gigantescas intervenciones; por otro se aseguraba que habíamos de confiar en que las preceptivas autorizaciones administrativas que las acompañaban garantizaban su inocuidad, por lo que no se debía albergar preocupación. Además, se ponía sobre la mesa que se trataba de una oportunidad que traería actividad y contribuiría al desarrollo de la zona.
Decidí no intervenir porque hay conversaciones que no conducen a la reflexión compartida, sino a la confrontación de pareceres opuestos y a la autoafirmación de posturas irreconciliables.
Mi opinión al respecto es clara y por supuesto personal, pero no me resisto a compartirla.
Desde mi punto de vista, ambas posiciones tienen algo de razón. Indudablemente una mina a cielo abierto genera, como poco, molestias a la población, afecciones al paisaje y daños al ecosistema, como también es cierto que con las medidas preventivas oportunas seguramente ese impacto se puede mitigar notablemente, pero creo que no es esa la cuestión.
La pregunta a la que verdaderamente debemos dar respuesta es si cada una de esas explotaciones mineras es la mejor alternativa de desarrollo para ese territorio, sus gentes y su economía.
El reto al que se enfrentan los líderes políticos y sociales de un determinado espacio geográfico no es sólo enjuiciar las bondades, limitaciones y consecuencias de iniciativas de uso y ocupación del espacio promovidas por terceros. Por el contrario, la función esencial de estos servidores públicos es abanderar procesos de debate, participación pública y decisión que definan e implementen planes de actuación territorial que tracen el futuro y den respuesta a las necesidades económicas, ambientales y sociales del territorio en cuestión.
La ausencia de metas e ideas, la debilidad de las políticas de desarrollo o la falta de liderazgo abren la puerta a este tipo de propuestas que se convierten en callejones sin salida que no satisfacen a nadie, pero que chocan frontalmente y malbaratan las oportunidades del modelo existente.
Hasta ahora las bases sobre las que se cimenta el desarrollo de estas comarcas rurales abulenses, amenazadas por la despoblación, pero que disfrutan de unos valores patrimoniales relevantes y una belleza paisajística notable, son –de manera muy sucinta- la agricultura y ganadería (en razonable equilibrio entre intensivas y extensivas), industrias agroalimentarias relacionadas con las mismas, las actividades turísticas y residenciales y los servicios asociados a ambos sectores.
De manera sensata y coherente, las administraciones públicas han apostado por potenciar variedades y razas autóctonas que aportan valor añadido a la ganadería extensiva o a la agricultura, la puesta en valor de activos turísticos y patrimoniales, cultura,  gastronomía, naturaleza o tradiciones locales para consolidar y diferenciar un producto turístico rural de indudable atractivo y singularidad.
La actividad minera a cielo abierto nada tiene que ver con lo conocido, nada tiene que sumar a un futuro mejor y en cambio cercena de un tajo la ocasión de que generaciones más lúcidas de gobernantes piloten un plan más ambicioso para estos valles abulenses.
Si hemos de cambiar de paradigma, debería explicarse cuál es la estrategia que sustituirá a la actual, consensuarla y situar en ella las actuaciones mineras que ahora surgen como elefante en cacharrería. Tal vez haya una lógica en este aparente puzle desnortado.
Si por el contrario no se trata de un cambio de modelo, explíquese cómo la minería va a mejorar el atractivo turístico, la ocupación de los alojamientos rurales, incrementar el valor de los inmuebles de las zonas afectadas, qué aportará de bueno a la dieta de las avileñas negras ibéricas, cómo contribuirá al éxito de nuestras romerías, fiestas o tradiciones, a realzar el interés de las ermitas o arquitectura popular o sublimar la pureza del agua y el aire serrano.

Por mi parte, si sabéis contar, para poner minas, ¡NO CONTÉIS CONMIGO!.