martes, 19 de abril de 2016

¿Nos vamos de safari?

Sabéis que la naturaleza me apasiona en todas sus manifestaciones, siempre en evolución y constante transformación, ofreciéndonos espectáculos irrepetibles a cada momento.
La fauna es una de esas realidades naturales que más llama la atención. La diversidad de criaturas que puebla el planeta es inabarcable y todas y cada una de ellas es singular, toda una proeza. Por suerte para los animales, en campo abierto no es fácil contemplarlos con detenimiento, pues su sabio instinto les aleja de nosotros para protegerles de nuestra ferocidad.
Hasta para eso ideó el hombre una solución. Los bestiarios de la edad antigua y media, que compendiaban a través de textos e ilustraciones los animales conocidos se complementaron con ayuda de los exploradores, quienes asistidos por la precisa taxidermia, lograban poner a la vista de los demás ejemplares de las más diversas especies, muertos, eso sí. Así, los museos de historia natural cuentan con colecciones notables en todo el mundo. 
Pero el interés por la fauna llevó a mantener muestrarios vivos de animales en un cautiverio que saciaba la curiosidad humana al tiempo que sometía a una vida miserable a sus protagonistas. Además de las "mascotas" que algunos poderosos disfrutaban desde la antigüedad, surgen las casas de fieras, los zoológicos, en el siglo XIX, abriendo al público la posibilidad de contemplar todo tipo de animales llegados de los cinco continentes.
La evolución de estos espacios ha ido restando sufrimiento animal y aportando más dosis de educación ambiental y respeto hasta llegar a un complejo e inestable equilibrio en constante revisión.
Reconozco que a mí me gustan estos lugares siempre que se perciba el cuidado necesario.
Este sábado pude disfrutar en el Safari Aitana de una mañana muy entretenida. El recorrido tras Abel, cuidador y monitor ambiental, fue gratificante. Explicaciones acertadas y profesionalidad con animales y personas hicieron posible una experiencia estupenda. Muy recomendable.
No es el delta del Okavango ni nosotros el Dr. Livingstone, pero algo es algo.
Os dejo unas fotos

        

domingo, 10 de abril de 2016

De compras a finales del XIX


El siglo XIX es apasionante para la Historia, pues las transformaciones sociales y políticas que se vivieron en aquellos años fueron muy profundas, los debates y realizaciones políticas apasionantes y la evolución humana en el plano tecnológico muy notable, a mucha distancia del ritmo conocido hasta entonces.

Por fortuna, esas transformaciones han dejado un trazo que se puede seguir y rememorar con relativa facilidad, al menos en lo esencial. Los documentos oficiales se conservan, pero también el reflejo de la realidad en la prensa o en la creciente actividad editorial de pensadores, ensayistas o literatos.

Pero además de los temas más habituales en la historiografía, como los hechos políticos o económicos e incluso los cambios sociales, si nos entretenemos en manejar fuentes oficiales, como los diarios de sesiones de las Cortes o el boletín oficial (entonces Gaceta de Madrid), nos podemos situar en asuntos cotidianos que sorprenden porque pasan desapercibidos en las reinterpretaciones que el cine o las series televisivas a las que estamos acostumbradas.

Si reparamos en la cesta de la compra de finales del XIX y la comparamos con la de hoy, encontramos algunas sorpresas. Me refiero exclusivamente a los productos de alimentación, y excluiremos a aquellos no sujetos a control público, tales como verduras frescas, entonces abastecidas desde las huertas próximas a los centros de consumo, la caza, las aves o el pescado o las frutas, capricho de temporada mucho menos habitual que hoy en la dieta.

En las notas oficiales que aparecen en los boletines diarios de la Gaceta de Madrid, se relatan algunas informaciones de interés y otras que son meras curiosidades, pero muy interesantes. Además de los santos del día, la cartelera de espectáculos de la capital o los registros meteorológicos de los observatorios nacionales e internacionales, se encuentran los artículos de consumo y su precio en los mataderos públicos y el mercado de granos. Existe pues constancia, entre otros, de los animales sacrificados y su precio, de las legumbres, aceite y vino, además de los combustibles como el carbón o el petróleo o el jabón.

El 27 de octubre de 1883 (por escoger un día), para sorpresa mía, el animal más sacrificado es el carnero (570 unidades), seguido de las vacas (242), terneras (122) y ovejas (87). Por tanto, debía ser habitual en la cocina el guiso de ovino macho, supongo que con patatas, e igualmente los cocidos habían de incorporar en las casas humildes más carnero que otra cosa. Entiendo que el carnero no necesariamente llevaba cuerna retorcida, sino que, al no dar leche ni cría,  serían engordados para carne hasta alcanzar el peso y talla adecuado, algo así como lo que hacemos hoy con cerdos o pollos. En cambio, la oveja sacrificada, como la vaca, debían ser animales al final de su vida útil, tras criar y dar leche durante años. De ahí pues la escala de precios. La compra maestra era el carnero, una carne sabrosa a 1,60-2,00 pesetas el kilo. El mismo precio tenía la vaca, pero se trataba de reses escurridas, avejentadas, duras. La oveja se cotizaba a 1,20-1,30, la más barata, mientras que la ternera arrancaba en 1,50, pero los cortes más jugosos se alzaban hasta las 5 pesetas. Para mi sorpresa, el cerdo no era más económico, y el jamón se iba a las 3-4 pesetas, mientras que el tocino añejo a 2,20-2,30 pesetas, por encima de la carne de carnero.

Por su parte, las legumbres eran más económicas, y oscilaban en precios mínimos desde las 0,54 pesetas el kilo de lentejas, 0,66 de judías y garbanzos hasta los 0,70 del arroz. Las patatas se conformaban con 0,16-0,24 pesetas el kilo, el aceite a 1 peseta el litro y el vino a 0,78.

Lo que sin duda debía ser memorable era el potente sabor de un guiso de aquellos, con su carnero y su tocino añejo. Ideal para trabajos duros y paladares acostumbrados.

Si queréis más información sobre la dieta de entonces y su transformación en el tiempo, es interesante este artículo de Roser Nicolau Nos y Josep Pujol Andreu.